Cuando llega el Pentecostés

Silva el viento dentro de mí. Estoy desnudo.
Dueño de nada, dueño de nadie, 
ni siquiera dueño de mis certezas, 
soy mi cara en el viento, a contraviento, 
y soy el viento que me golpea la cara. 
Eduardo Galeano

 

Cada vez que llega el día de Pentecostés, las iglesias y cada uno de sus miembros nos enfrentamos a un repensar del Espíritu. Ese Espíritu que desde la Biblia, se movía sobre las aguas en caos, organizando la creación, para que: todo fuese bueno en gran manera. El mismo que descendió sobre Jesús a modo de paloma, para hacerle decir a Dios: este es mi hijo amado y estoy muy complacido con el. Aquel que como llama de fuego, ardía sobre los seguidores del movimiento del Maestro, haciendo un gran estruendo en el Aposento Alto.

 

Volver a imaginarnos el Espíritu del Pentecostés es algo que nos llega cada año, en cada celebración, en cada reflexión, en cada manera de hacernos a la vida eclesial. Y nos es difícil pensar en el Espíritu como inerte, inmóvil, quieto. Estamos de acuerdo en que el Espíritu Santo es generador de movimiento y de pulsión. De muchas maneras nos imaginamos el actuar de Dios a través de esta fuerza vivificante, con dinamismo, acción, remoción de todo y de todos.

 

Pero, ¿qué nos deja el Pentecostés cuando se marcha cada domingo, cincuenta días después de la Resurrección? ¿Qué marca, que manifestación nos confiere, qué signo nos imprime? ¿Qué huella traza en nuestras vidas? ¿Cuáles son las nuevas propuestas, los nuevos caminos que nos propone transitar? ¿A que nos impulsa, nos empuja el viento del Pentecostés? ¿Que quema en nuestras vidas? ¿Cuáles humildes palomas arrullan en nuestros hombros?

 

Si recorremos el viaje transformador del Espíritu en la Escritura, vemos que a su paso nada quedaba igual. Con estruendo o como silbo suave, el crepitar del ruah, imperiosamente desarticula lo existente, para renovarlo. Como dijera Jesús, luego de la Resurrección: Esperen la promesa del Espíritu para volver a la carga. Para animarles a la pasión, a la nueva lucha, al nuevo cabalgar de rocinante. 

 

Este año nos llega el Pentecostés, en un momento de muchas preocupaciones, incertidumbres y crisis. Por eso la llegada del Espíritu no debe servirnos solo de celebración litúrgica, sino que debe condicionarnos a indagar en su estrategia, en la validez de su acción en estos tiempos. Quizás, como iglesia, nos promueva a la escucha de aquellos, que de lejos o de cerca, necesitan compartir sus tristezas, frustraciones y fracasos.

 

Pero sobre todo no quedarnos en la recepción, sino promover cambios. Animar e impulsar nuevas vías y alternativas en la desesperanza, no permitir que el pesimismo nos derrumbe. Mostrar que está encendida la llama de los que sabemos, que la historia y el mundo siguen estando en manos de Dios. Porque reconstruir la esperanza, es el actuar del Espíritu, cuando llega el Pentecostés.

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