Movimiento Metodista, un movimiento laico

Me gustaría contarles, con palabras muy sencillas, de qué forma el movimiento metodista naciente fue considerado por las personas contemporáneas como un movimiento laico.

Para Juan Wesley el sacerdocio universal incluía la participación de todos en el servicio al prójimo. En los primeros tiempos había resistencia a que laicos participaran de las predicaciones y asambleas pero, poco a poco, lo que eran casi extraordinario (así llamaba Wesley a la participación de laicos y laicas) pasó a ser casi «ordinario».

Laicos y laicas participaron activamente de grupos de visitación (cárceles, orfanatos y hospitales), enseñanza (escuelas para niños y niñas carenciados, alfabetización), coordinación de grupos, organización del movimiento, predicaciones… etc.

Para que todo esto fuera posible se hizo necesaria (Wesley era muy exigente en este punto) la capacitación del liderazgo. Muchos de los/las líderes metodistas de aquel tiempo se sumaron a grupos de trabajadores organizados en el Siglo XIX en la lucha por mejores derechos.

El servicio prestado en la gran Fundición Metodista de Londres es admirable.

Por otro lado, y no menos importante, se debe mencionar la opinión de autores que han analizado al metodismo como un movimiento que contuvo ánimos en medio de un contexto de violencia y cambios. Un movimiento que «ahogó» una revolución latente en medio de la sociedad inglesa del Siglo XVIII.

Estos análisis se fundan en datos históricos que dicen que allí se desarrollaron mecanismos de control de la población, un control permanente del comportamiento de los individuos.

Se forman grupos espontáneos de personas, en niveles relativamente bajos de a escala social, que se atribuyen, sin ninguna delegación por parte de un poder superior, la tarea de mantener el orden y crear, para ellos mismos, nuevos instrumentos para asegurarlo. Estos grupos proliferaron durante todo el siglo XVIII. Según un orden cronológico, hubo en primer lugar comunidades religiosas disidentes del anglicanismo —cuáqueros, metodistas— que se encargaban de organizar su propia policía. Es así que entre los metodistas, Wesley, por ejemplo, visitaba las comunidades metodistas en viaje de inspección a la manera de los obispos de la alta Edad Media. A él se sometían todos los casos de desorden: embriaguez, adulterio, vagancia, etc. Las sociedades de amigos de inspiración cuáquera funcionaban de manera semejante. Todas estas sociedades tenían la doble tarea de vigilar y asistir. Asistían a los que carecían de medios de subsistencia, a quienes no podían trabajar porque eran muy viejos, estaban enfermos o padecían una enfermedad mental; pero al mismo tiempo que los ayudaban se asignaban la posibilidad y el derecho de observar en qué condiciones era dada la asistencia: observar si el individuo que no trabajaba estaba efectivamente enfermo, si su pobreza y miseria se debían a libertinaje, a embriaguez o a vicios diversos. Eran, pues, grupos de vigilancia espontáneos de origen, funcionamiento e ideología profundamente religiosos.

(fuente: Texto de Michel Foucault sobre Sociedad disciplinaria)

O sea, desde nuestro tiempo y lugar al conocer y valorar toda la participación laica del metodismo naciente, debemos también reconocer las contradicciones, discriminaciones y conflictos que se dieron.

Hubo problemas para que laicos (y laicas) pudieran predicar.
Hubo problemas para que las predicaciones se realizaran fuera de templos.
Hubo conflictos de interpretación teológica entre líderes.
Hubo conflictos con respecto a rumores generados… etc.

Todo esto lo debemos considerar cuando miramos nuestra Iglesia Metodista de hoy, en el lugar en el cual vivimos, la diversidad es parte de nuestra herencia así como también el respeto por los diferentes.

Inés Simeone
2015

Categorías: Reflexiones