Parábola de la higuera
Lucas 13:6-9. Entre la muerte y la vida.
6 Dijo también esta parábola: Tenía un hombre una higuera plantada en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no lo halló.
7 Y dijo al viñador: He aquí, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo; córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra?
8 Él entonces, respondiendo, le dijo: Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone.
9 Y si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después.
Esta brevísima parábola de sólo cuatro versículos, nos invita a una reflexión que se ha dado en todos lo tiempos y lugares sociales, políticos y religiosos. En este diálogo se enfrentan dos cosmovisiones. Es decir dos formas de plantear las relaciones con la naturaleza, con las otras personas y con la vida. Dos escalas de valor para medir la vida.
Veamos qué pasa. Viene el dueño de la viña a recoger los frutos de una higuera que estaba allí en su tierra. Y no encuentra frutos. Se enoja no pregunta nada, sólo da una orden: córtala. Lo que no produce no sirve. Su escala de valoración es económica productiva. Se le acabó el tiempo a esta higuera.
El viñatero responde con respeto, le dice Señor, porque es el dueño, pero se anima a hacer una propuesta que en realidad es un ruego: déjala todavía este año… él trata de salvar esa planta que seguramente le habrá cobijado en su sombra, a la cual habrá visto crecer, y, por supuesto, debe saber más que el dueño sobre la naturaleza de ese árbol casi sagrado. Mide la situación desde una cosmovisión de aprecio por la vida, de respeto por los procesos naturales. De compromiso con la naturaleza: yo cavaré y la alimentaré.
Cortar una higuera no era un acto banal para un judío. La higuera tiene una historia impresionante y profundos simbolismos para el pueblo de Israel. Desde la ciencia se nos dice que recientes descubrimientos la sitúan en unos 11.000 años AC y uno de los lugares donde creció fue en el valle del Jordán. Por esa época se sitúa el comienzo de la Agricultura, el dominio de la Naturaleza por el hombre que fue generando la instalación sedentaria. Se dice que el primer árbol trabajado por el hombre fue la higuera. Planta estéril que moría luego de su floración, dado que el higo es un conjunto de flores que se desarrollan hacia adentro, pero tempranamente el hombre descubrió que podía plantarse por brotes. Es un árbol que necesita tiempo para producir y paciencia para esperar sus frutos, muchos de los cuales se pierden.
En la Biblia la higuera simboliza al pueblo de Israel, porque tiene raíces muy profundas, porque es prolífera en sus hojas y frutos porque su crecimiento y fructificación es lenta y debe ser cuidada. Así también, este pueblo muchas veces se vuelve estéril en su abandono de Dios y corre el peligro de ser cortado.
Cortar una higuera en el contexto judío tenía más implicancia de la que podemos vislumbrar hoy día. Al dueño de la viña parece no importarle ni la identidad de este árbol, ni su simbolismo; el problema es que no produce.
Volvamos al diálogo y a la confrontación entre estos dos personajes.
Uno clama por resultados, el otro por tiempo para trabajar confiando en que la conjunción de la naturaleza y el cuidado amoroso darán frutos a su tiempo. Es una lucha entre la ley y la Gracia. La Gracia que podía abrir un camino de esperanza.
Esta confrontación está en la misma esencia de cualquier proyecto humano hoy día en un tiempo en el cual vale lo que produce, rápido mejor. Un tiempo en el que la paciencia y el respeto por los tiempos de la naturaleza y de la gente son poco rentables y hasta considerados ingenuos. En un tiempo en el que el cuidado de los bienes naturales y de la vida no convoca, excepto cuando los daños colaterales son tan grandes que nos amenazan.
La apuesta a un uso responsable de los recursos naturales y una defensa de los valores que hacen humana la vida, se inscribe en un contexto en el cual muchas veces hay que librar la batalla entre la cantidad de bienes producidos y la calidad de vida que ellos proporcionan. Entre la ley y la Gracia. Preguntas que parecen sencillas y hasta lógicas, encierran esta dicotomía: ¿cuáles son los costos de producción?, ¿se justifican? ¿cuáles las pérdidas?, ¿los programas ecológicos convocan?, ¿sirven a alguien? Resultados, resultados. Y, a veces, dan ganas de rogar como el viñador: por favor necesitamos tiempo, permítanos trabajar al ritmo de la naturaleza, de la gente, permítanos cavar, alimentar y ya veremos los frutos. No es fácil porque a veces nos dicen: corten. Quizás muchas veces hemos estado en peligro como la higuera, ese noble árbol que, si es cierto que ha sobrevivido 11.000 años, debe tener una gran fortaleza.
En la simbolización del pueblo hebreo como una higuera, esa fortaleza viene de Dios. Pero el salvar la higuera es un acto de arrojo de ese sembrador que se atreve a enfrentar al Señor y le salva de cometer un acto de muerte apelando a su capacidad de perdonar la esterilidad de la higuera y esperar sus frutos.
Este viñador representa la propuesta de la nueva fe para el pueblo de Israel, el Cristo que supera la ley y hace prevalecer el amor y el compromiso. Por él estamos llamados a hacer visible esa experiencia de trabajo y reflexión, que se expresa en el cuidado amoroso de la Creación y el respeto por la dignidad humana, y. aunque muchas veces, estemos en peligro de ser cortados será importante mantener viva la voz que defienda lo que creemos y sentimos desde nuestra visión fraterna y solidaria con los ojos puestos en Cristo y los pies bien plantados en la Tierra.
pastora Araceli Ezzatti
Categorías: Reflexiones