El nuevo mandamiento

Queridas hermanas y hermanos:
El Evangelio de hoy, Juan 13,31-35, nos habla de la gloria de Jesús, manifestada en su entrega total y en su resurrección.

Jesús glorificó al Padre, y el Padre glorificó a su Hijo.

Antes de partir, Jesús nos dejó un mandamiento nuevo:
Ámense los unos a los otros como yo los he amado.
Ahora nos toca a nosotras y nosotros glorificar a Dios amando como Él nos amó.

Este amor no es abstracto ni superficial. Jesús nos enseña que:
1. Es mutuo: se vive en comunidad, en relaciones reales donde aprendemos a cuidarnos unas y unos a otros.
2. Refleja su propio amor: un amor que se entrega hasta el final, que no abandona, que sostiene.
3. Es testimonio para el mundo: no seremos reconocidos por credos ni rituales, sino por el amor con el que nos tratamos.

Este mandamiento nace en un momento cargado de dolor y tensión: la traición, la negación, la inminente persecución. Jesús está a punto de despedirse. La comunidad que lo sigue se enfrenta a un futuro incierto, y necesita definirse desde el amor:

  • ¿Quiénes somos como discípulas y discípulos de Jesús?
  • ¿Cómo se reconoce a una verdadera comunidad cristiana?
  • ¿A quiénes incluimos en ese amor?

La respuesta fue —y sigue siendo— clara:
Amar como Jesús amó. Con gestos concretos que dignifican la vida del otro y la otra.

Hoy, 18 de mayo, unimos dos conmemoraciones profundamente significativas que también nos invitan a vivir ese amor:

Por un lado, celebramos a las madres.
Recordamos ese amor sublime que cuida, acompaña, se entrega sin esperar nada a cambio.
Honramos a las madres biológicas, a las del corazón, y a quienes eligieron maternar de muchas otras formas: abuelas, tías, madrinas, vecinas, cuidadoras, mujeres que ofrecieron abrigo, palabra y consuelo.
A todas ellas, gracias por mostrarnos algo del amor de Dios hecho ternura y entrega.

Y ayer 17 de mayo, conmemoramos el Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia.
Como comunidad de fe, no podemos ser indiferentes.

El mandamiento nuevo de Jesús no deja lugar a dudas:
El amor que glorifica a Dios es un amor que incluye, que abraza, que reconoce la dignidad sagrada de cada persona, sin importar su orientación sexual o identidad de género.
Recordamos que todas las personas han sido creadas a imagen de Dios,
y que ninguna expresión de amor auténtico debería ser motivo de exclusión o violencia.

El amor que nos enseñó Jesús nos llama a reconocer en cada vida la huella del Creador.
Ese amor que dignifica, que repara, que acompaña, es el que estamos llamadas y llamados a vivir.

Un amor que glorifica a Dios porque abraza la vida, en todas sus formas y colores.

Que nuestras comunidades de fe sean testigos de ese amor,
reflejo del corazón de Cristo.

El verdadero amor Glorifica a Dios.

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