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Cuento para Viernes Santo – Iglesia Metodista en el Uruguay

Cuento para Viernes Santo

Cuento

Aquella roca

El enorme chorro de roca incandescente, brotó de la grieta volcánica como un rojo alarido. Floreció en un estallido de luz en el aire y cayó como vaporosa cascada. Se derramó en un inmenso hueco que la lluvia y el sol habían tallado en la tierra arcillosa.

Ahh… la quietud, la oscuridad y el silencio, luego de siglos de ardiente actividad molecular.
Ahh… era la paz.

Poco a poco los  átomos se aplacaron, aminorando sus vertiginosos giros. De afuera hacia adentro, aquel lago luminoso y ardiente vio que sus sueños de estabilidad cobraban forma. Forma de pesada  roca basáltica.

Pasó mucho tiempo antes de que se enfriara su cascarón y de que algo vivo pudiera acercarse sin estallar en  llamas. Tímidamente, pequeños matorrales crecieron en su entorno buscando amparo, seguridad, sombra, firmeza. Porque su inmensa cáscara proyectaba a los demás, una tremenda  solidez. La enorme mole escondía su rojo secreto: el torbellino atómico que sacudía su volcánico corazón. Únicamente los zorros y las mariposas lograban percibir el zumbido inquietante, bullendo  en su interior.

– «Paciencia… ya se acallará esta inquietud; y el  tiempo, que todo lo cura, me irá enfriando hasta  traerme la paz que ansío», pensaba la roca.

Llegó el día en que su núcleo ardiente, fue muy pequeño. Ni siquiera el zorro más sensible ni la más joven mariposa, podían ya descubrir su  secreto.

– «Alma» –se dijo la minúscula gotita de lava ardiente – «huélgate, goza de la paz; ya nada puede  alterar tu condición».

Y en un: ommmmm…  prolongado y suave, se dispuso a entrar en condición alfa y ser una con todo el universo y saberlo todo.

Unos golpes sorprendentes, cortaron su rocoso nirvana. En tres huecos naturales que la lluvia y el viento habían horadado sobre su redondeada superficie, los hombres (esos seres de cortísima e insignificante vida) alzaban tres oscuros maderos con tres pingajos humanos brutalmente clavados. Del madero del centro, una roja gota se desprendió golpeando sin ruido la muerta y fría superficie de la enorme piedra que descansaba en paz. Paz que se quebró en el mismo instante en que aquella  gota sagrada (inaudible para los zorros y las mariposas) despertó a la gota volcánica que dormía en el corazón de la peña. Un despertar restallante y terrible, hizo saltar en pedazos la estabilidad, la serenidad, la seguridad ganada legítimamente a lo largo de tantos siglos. Porque mientras una ínfima gota de sangre inocente moje este planeta, la paz verdadera y completa sólo será un sueño lejano.

 

Entonces el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo;
la tierra tembló, las rocas se partieron

MATEO 27:51

 


Heber Cardozo
(Semana Santa de 2003)

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