Mensaje de Navidad 2022

MENSAJE Y MENSAJEROS DE UN MUNDO POR NACER

Los límites de mi leguaje son los límites de mi mundo, decía el filósofo austríaco L. Wittgenstein. Esos límites, mucho más que por la cantidad, están dados por la carga que les damos a las palabras y, de manera especial, por los conceptos que armamos con las palabras que manejamos y el tipo de discurso que esos conceptos van configurando. De modo tal que no solo hablamos nuestro lenguaje, no solo decimos palabras y expresamos con ellas lo que pensamos y sentimos, sino que somos hablados por nuestro lenguaje, somos estructurados por lo que pensamos. Para decirlo sintéticamente, además de hablar lo que pensamos, lo que pensamos nos habla a nosotros y habla de nosotros.

Por eso, con mucha sabiduría el apóstol Pablo desafiaba a las y los creyentes de Roma con el siguiente llamado:

No se conformen al mundo presente, cambien su manera de pensar para que cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que es grato, lo que es perfecto. (Romanos 12:2)

 

PALABRAS CÓMPLICES DE UN MUNDO RUINOSO

Vivimos un tiempo marcado por el crecimiento de los discursos de odio que le van dando forma a un mundo de polarizaciones irreconciliables y antagonismos irreductibles. Nuestro país, que en muchos aspectos suele considerarse una suerte de isla, no escapa a este fenómeno, tanto que las referencias a quienes tienen posiciones diferentes resultan cada vez más agresivas, estigmatizantes y provocativas.

Concomitantemente a los discursos de odio crecen también los discursos totalizadores, vale decir, aquellos que toman una parte por el todo, que absolutizan el punto de vista de la porción o el segmento de la sociedad a la que responden y pertenecen y se presentan ante el resto del cuerpo social como la única lógica posible y como la única comprensión legítima e indiscutible de las cosas. Esos discursos totalizadores dan lugar al machismo y al sexismo, a los comportamientos aporofóbicos, nacionalistas y xenófobos, y a los fundamentalismos políticos y religiosos; mucho de lo cual, en mayor o menor medida, al Uruguay de hoy no le es ajeno.

A esa relación entre lenguaje y concepción del mundo que apuntaba Wittgenstein se suma, en el panorama actual, la propiciación de relatos más preocupados por defender intereses y complicidades ideológicas que por buscar la verdad o esgrimir interpretaciones históricas que posean un elemental asidero en los hechos. En realidad, estos relatos no solo desconocen los hechos, sino que los reemplazan por deformaciones o directamente los niegan cuando no coinciden con la visión que se postula, o cuando los hechos se resisten a ser torcidos por los intereses dominantes.

Tampoco podemos pasar por alto la existencia de narrativas que tratan de imponerse en el espacio público como la explicación de vicisitudes, conductas y decisiones adoptadas desde las diversas esferas del poder. Basta un rápido análisis para darse cuenta de que esas narrativas tienden a justificar la mentira o hacerla aceptable. Son una suerte de nebulosa donde lo que no está bien o no se ha hecho bien pueda pasar desapercibido y, con el correr del tiempo, esfumarse. En el fondo, el propósito que persiguen es más la opacidad que la transparencia.

En este paisaje de discursos, relatos y narrativas que van definiendo nuestro lenguaje y nuestro mundo, sin duda ocupan un lugar importante las redes sociales que operan en internet. Estas redes, cuya incidencia va en aumento, se presentan como un espacio para el encuentro, para armar “conversaciones” y ampliar las posibilidades de información, pero lo que se percibe es que acaban siendo parte de la incomunicación, la desinformación, de falsedades que interesadamente socavan la verdad y de la generación de burbujas que fácilmente envuelven e incorporan a los usuarios a los discursos únicos y a la agresividad del ambiente social.

No se necesita un gran esfuerzo para detectar las peligrosas consecuencias de todo esto: grandes palabras que dicen poca cosa; palabras recargadas de sentimientos, emociones y percepciones negativas con respecto a quienes sienten y piensan diferente; palabras degradadas a mera retórica; discursos que disgregan, que empobrecen la calidad de nuestra vida democrática del mismo modo que empobrecen los vínculos de unos con otros.

 

OTRA PALABRA QUE GESTA OTRA VIDA Y OTRO MUNDO

En los umbrales de una nueva celebración de la Navidad, reconocemos que esta fiesta no escapa a la desvirtuación causada por los mensajes huecos, por la publicidad que la utiliza como estímulo para el consumo priorizando lo que vende por sobre lo que nos permite un encuentro auténtico con nosotros mismos, con los demás y con aquello que da sentido a nuestra vida.

En este contexto, conscientes de que las palabras y el lenguaje al que ellas le van dando forma delinean nuestra visión de las cosas, se vuelve urgente y necesario hallar una palabra lúcida y luminosa que alumbre un nuevo lenguaje, un nuevo entendimiento y nuevos caminos a recorrer como personas, como comunidades y como sociedad.
El Evangelio de Juan, preocupado por romper el silencio del que se valen la injusticia y la opresión, comprometido con la verdad y lo verdadero, buscando que la luz derrote a la oscuridad del sinsentido y la desesperanza, encontró que esa Palabra lúcida y luminosa irrumpió en la historia con el nacimiento de Jesús. Por eso, su Evangelio se inicia diciendo:

En el principio existía la Palabra, y aquel que es la Palabra estaba con Dios.
Por medio de él Dios hizo todas las cosas; sin él nada puede existir.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad.
Esa luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no han podido apagarla. (Juan1:1-5)

Así como las palabras son los embriones de las ideas y fecundan el pensamiento, esa Palabra, dice Juan, que es central y fundante, atraviesa los tiempos con el objetivo de que otras palabras genuinas y esperanzadoras cobren vigor y se entretejan, dando lugar en el corazón humano y en el corazón de la historia a nuevas concepciones y visiones y a una lógica alternativa a la imperante. Esa Palabra, que es la epifanía de una humanidad plena y verdadera, se ha hecho uno de nosotros para que nosotros y el mundo que construimos lleguemos a ser lo que Dios nos llama a ser.

Cada Navidad nos vuelve a proponer el encuentro con esa Palabra creadora que hace posible que lo que aún no es, sea. Que sea, entonces, el amor por sobre el egoísmo y el odio, la paz por sobre la agresividad, la verdad por sobre la mentira, la justicia por sobre la inequidad, el aprecio al otro por sobre el desprecio y el cuidado de la creación por sobre el lucro y la irresponsabilidad.

No seamos sordos a la Palabra para que no nos volvamos ciegos a la esperanza, porque ella es capaz de trascender los límites de este mundo y esta vida y nos permite vislumbrar nuevas posibilidades. 

En cada Navidad, esta luz que ilumina la historia resplandece con más fuerza y ninguna oscuridad la puede apagar.

 


Mensaje de Navidad
Junta Nacional de Vida y Misión

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