Reflexión de Domingo de Ramos

«Si estos callaran, las piedras clamarían» Lucas 19:40

 

Cuando releemos el pasaje de la Entrada triunfal en Jerusalén, comenzando la fundamental semana de la pasión, fermento de nuestra fe, vienen a la mente miles de imágenes de esa «entrada». El arte, la imaginación de cada uno, los tiernos dibujos de nuestros niños en talleres de Pascua o Escuela Dominical nutren esa historia tan impactante de Jesús montado en un burro entrando a Jerusalén. Para mí como pastora hay una experiencia que fijó definitivamente una imagen y también abrió mi comprensión de «que hubiera hecho Jesucristo en nuestro tiempo» como decimos tantas veces.

Hace varias décadas, cuando los uruguayos expulsados por el poder y la prepotencia que pretendieron gobernar las vidas y las ideas, comenzaron a volver al país, llegó de vuelta a Salto el obispo exiliado en Argentina Marcelo Mendiharat.

Se corrió la voz de que llegaba al aeropuerto y muchos fuimos a esperarlo. La primera sorpresa fue verlo vestido con la más simple sotana negra, sin ningún atributo en la ropa u objetos que señalaran su jerarquía episcopal. Su autoridad le venía del compromiso de vida, de su amor por la gente, de su vocación pastoral.

No hubo un ceremonial, simplemente inició la marcha hacia el centro en una camioneta y cuando comenzó a recorrer el camino que cruza Salto Nuevo las veredas se empezaron a llenar de gente que salía a saludar, no sólo a mirar. Empezaron a aparecer banderas, ramos de flores, tortas, pequeños objetos religiosos, pero sobre todo la alegría y el saludo simple: «bienvenido padre Marcelo» en carteles escritos en cartones y hasta en pizarrones escolares.

Al ver tanta sencillez y autoridad en su rostro más viejo, ¡pero con tanta paz!, sentí el verdadero significado de Jesús montado en un burro, hasta el día de hoy el transporte pobre, que lleva la humilde carga de los campesinos palestinos… apenas algo para vender.

Jesús, reconocido por sus milagros entre el pueblo, recibe el gozo, la alabanza sin ostentar ningún signo de poder ni recibir honores de las autoridades. Al poder lo ve cuando mira a la ciudad, seguramente los grandes edificios, los templos y lo que ocurría entre esas paredes. Entonces llora.

El tiempo que estamos viviendo nos convoca a una Pascua con sufrimiento, pérdidas humanas, renuncias. Tenemos, sin embargo, lo que nos viene de adentro, desde la fe, la esperanza en el intenso mensaje de la vida de Jesús y de tantos/as hermanos/as que renunciando al poder han dado testimonio de la verdadera autoridad espiritual, la que viene del amor a y de nuestro prójimo. Este mensaje no podemos callarlo y no necesita puestos de poder ni vestiduras o investiduras, que hoy también harían llorar a Jesús. Sólo estamos llamados a andar en el espacio y tiempo que nos toca vivir, tal como somos, los ojos puestos en Cristo, lo demás vendrá por añadidura.

 


Pastora Araceli Ezzatti.

 

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