Sermones de Emilio Castro digitalizados

En 1962, a los 18 años, de familia y formación católica, tuve mi primer contacto con la Iglesia Metodista Central. Algunos meses después fui aceptado como miembro de la misma. Asistente regular al culto del domingo, sentí poco a poco la necesidad indispensable de volver a escuchar sus sermones del pastor Castro, para poder apreciarlos en mayor profundidad. Disponiendo en esa época de un pequeño -y elemental- grabador (Geloso G-256) a cintas magnéticas, le pedí para grabar sus mensajes. Accedió de inmediato, sin problema ni condición.

Las bobinas de cinta eran pequeñas, no duraban más de 45 minutos. Imposible grabar un culto entero, que duraba una hora. Acordamos, entonces que yo instalaría el grabador media hora antes del culto, en una mesita al pie del púlpito, el micrófono sobre el mismo, y que Castro lo pondría en marcha en el momento en que descendía para bendecir la Ofrenda. Jamás olvidó hacerlo, jamás me pidió escuchar las grabaciones, ni me preguntó qué haría yo con ellas. El uso fue absolutamente personal, y sólo lamento que mis medios no me permitieran adquirir todos los meses tantas cintas como hubiera deseado tener para grabar más. Lamentablemente me ví obligado a usar varias veces algunas de las cintas, borrando algunos para grabar otros.

Los años pasaron, todo ese material quedó en Montevideo en el apartamento de mi madre, y recién pude recuperarlo en 1986, durante mi primer viaje a Uruguay después de la dictadura, proveniente de París donde me radiqué en 1983, después de 2 años en Buenos Aires y 8 en Caracas. Había partido a fines de 1973 poco después del golpe de Estado, cuando la mayoría de las publicaciones para las cuales trabajaba como caricaturista político –Marcha, la principal- habían sido censuradas, clausuradas, o a punto de serlo.

De vuelta a París, constaté que pese a haber transcurrido poco más de 20 años, las cintas eran aún audibles, y comencé a transcribirlas en casetes de primera calidad, por medio de un grabador Nakamichi, por ese entonces la tecnología de mayor nivel en la materia.

En 1990, en oportunidad de un viaje a Ginebra aproveché para dar la sorpresa a Castro, con una copia de la colección de casetes que había logrado recuperar. Se los entregué en presencia de Gladis, su esposa y de su hijo Emilio. Castro era aún, por ese entonces, Secretario General del Consejo Mundial de Iglesias, con sede en Ginebra.

A partir de su jubilación en 1992, nos seguimos viendo en Montevideo, frecuentemente a fin de año, cuando yo viajaba para visitar a mi madre, quien falleció en abril del 2008. Emilio también iba a verla y compartir juntos un momento de oración. La última vez que nos vimos fue en presencia de mi madre, en diciembre de 2007. A partir de ese entonces, continuamos en contacto por teléfono hasta su deceso en 2013.

En uno de los encuentros montevideanos, le informé de mi intención de digitalizar los sermones, de pasarlos a CD, considerando que eran muy valiosos y que no debían perderse. Le pregunté a quién él querría hacerlos llegar. Me dio el nombre de alguien que era encargado del archivo de la Iglesia, pero muchos han pasado y ya no recuerdo quién.
Recién durante el período del confinamiento pude tomar el tiempo de encarar el proyecto, aspirando a cumplir con su voluntad. Escuchándolos de nuevo, temí que los CD (tecnología que será pronto obsoleta) quedaran olvidados para siempre en algún rincón de los archivos, pensé importante que esos mensaje siguieran “viviendo” y llegaran a destinatarios que pudieran apreciarlos y aprender de ellos.

Propietario de las cintas originales, no lo soy del contenido y no tengo ningún derecho en cuanto a su posible difusión. Contacté entonces a Julio y Violaine de Santa Ana, para tenerlos al tanto y pedirles consejo. Entre otras cosas me pusieron en contacto con Ruth Castro y con Hugo Alcalde (con quien cantábamos en el coro de Central, en compañía de Gladis, la esposa de Castro). Con el acuerdo explícito de Ruth y Emilio hijo, transmití los primeros sermones a Hugo, y él a la Iglesia. Me quedan otros por procesar y transmitir en este momento.

Pancho Graells
París, marzo de 2022


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Categorías: Historia